La última novela de Juan Marsé es una fábula moral en forma de novela corta que, haciendo uso de la elipsis, sugiere innumerables temas. La novela presenta a Bruno, un adolescente descreído a fuerza de presenciar la tristeza de su madre provocada por un marido inmaduro que se resiste a abandonar su antigua forma de vida hippie, el señor Raciocinio, un personaje patético y al mismo tiempo digno de compasión. El niño no tiene sueños ni ilusiones ("Me cago en los sueños que vuelan"), o eso cree. Protagoniza también el relato la señora Pauli, Hanna Pawlikowska, una anciana polaca que llegó a Barcelona huyendo de los nazis y se empleó de corista en revistas musicales del Paralelo. Ahora se dedica a arrojar objetos por el balcón, sobre todo aviones de papel de periódico que contengan noticias felices, para contrarrestar sus amargos recuerdos.
Estos personajes reales conviven con dos niños harapientos y tiñosos con los que habla Bruno, que irán demostrándole que la realidad y la fantasía se entrecruzan misteriosamente y le abrirán al exterior. Bruno, que está demasiado resentido para compartir o para mostrar simpatía por alguien, poco a poco va mostrando trazas del cambio que se está produciendo en su ser. Al final, sale de sí mismo para ponerse en la piel de los demás, de la señora Pauli, con sus visiones desoladas que no son más que memorias tristes del gueto de Varsovia; de su padre, al que va a buscar llevado por la piedad; de sus amigos, con los que quiere compartir las monedas obtenidas recuperando aviones de papel para la señora Pauli. Así, esta fábula moral muestra que nos queda una esperanza, la que representa este niño que ha descubierto la compasión (en su sentido etimológico) en un mundo gris donde los niños quedan tendidos en las aceras con pus en los párpados y las ancianas generosas son recluidas en asilos porque han perdido la razón.
Marsé ha logrado crear un cuento maravilloso gracias a las imágenes que nos llegan desde el pasado, con toda su crudeza, para fundirse con el presente. Parte de una fotografía real de la ignominia que fue el gueto y él la convierte en literatura, con palabras certeras y exactas, solo las justas. En eso debe de consistir la madurez de un escritor.
Las imágenes poderosas del libro se conjugan muy bien con las ilustraciones, magníficas, de María Hergueta, que convierten este relato en un objeto artístico que difícilmente podrá competir con un libro digital. Quizá ese sea el camino que debe seguir la edición literaria para sobrevivir.
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