Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de abril, 2020

POEMAS PARA EL CONFINAMIENTO (3)

Lamento en Elca Estos momentos breves de la tarde, con un vuelo de pájaros rodando en el ciprés, o el súbito posarse en el laurel dichoso para ver, desde allí, su mundo cotidiano, en el que están los muros blancos de la casa, un grupo espeso de naranjos, el hombre extraño que ahora escribe. Hay un canto acordado de pájaros en esta hora que cae, clara y fría, sobre el tejado alzado de la casa. Yo reposo en la luz, la recojo en mis manos, la llevo a mis cabellos, porque es ella la vida, más suave que la muerte, es indecisa, y me roza en los ojos, como si acaso yo tuviera su existencia. El mar es un misterio recogido, lejos y azul, y diminuto y mudo, un bello compañero que te dio su alegría, y no te dice adiós, pues no ha de recordarte. Sólo los hombres aman, y aman siempre, aun con dificultad. ¿Dónde mirar, en esta breve tarde, y encontrar quien me mire y reconozca? Llega la noche a pasos, muy cansada, arrastrando las sombras desde el origen de la luz, y

POEMAS PARA EL CONFINAMIENTO 2

Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Se le acercaron dos y repitiéronle: «¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: «¡Quédate hermano!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. Entonces todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporose lentamente, abrazó al primer hombre; echose a andar... (César Vallejo)

POEMAS PARA EL CONFINAMIENTO 1

Para disipar la tristeza que nos viene a ráfagas... OCASO Era un suspiro lánguido y sonoro la voz del mar aquella tarde… El día, no queriendo morir, con garras de oro de los acantilados se prendía. Pero su seno el mar alzó potente, y el sol, al fin, como en soberbio lecho, hundió en las olas la dorada frente, en una brasa cárdena deshecho. Para mi pobre cuerpo dolorido, para mi triste alma lacerada, para mi yerto corazón herido, para mi amarga vida fatigada… ¡el mar amado, el mar apetecido, el mar, el mar, y no pensar en nada! (Manuel Machado, Ars moriendi )