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Richard Ford, Canadá


Dell Parsons, en el último tramo de su vida, relata los hechos que destruyeron su vida familiar a los quince años: "Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres". Esta información anticipada será analizada a lo largo de muchas páginas puesto que no es fácil comprender cómo unos padres normales (“No eran gente rara, ni evidentemente criminales”) pueden convertirse en delincuentes y destrozar la unidad familiar y el futuro de sus hijos. Del análisis de los hechos, se deduce que el padre arrastra a la madre, que, por proteger a su hijo Dell, se convierte en cómplice del robo; que los padres se ofuscan y no ven otra solución a sus problemas; que en el fondo el padre siempre sintió el impulso de asaltar un banco -de hecho lo había comentado con algunos compañeros, que luego declararon contra él. Se deduce también que la planificación del robo fue un desastre -lo más cómico de la novela procede de ese episodio- y que esa inicial opereta provoca un encadenamiento de tragedias, que le dan a la novela un carácter elegíaco. 
La familia de Dell era muy parecida a las demás. Sus padres se casaron sin haberlo pensado muy a fondo y eran incompatibles: "No había ninguna duda de que no eran apropiados el uno para el otro y que no deberían haberse casado". Se asientan en Montana tras varios intentos de arraigar en un lugar, pero la madre desconfía de que sea algo definitivo, por lo que no les permite entablar amistades: “Pero la verdad es que Berner y yo no nos sentíamos de ningún sitio en particular”. El padre, Bev Parsons, era un niño grande, inmaduro, optimista y encantador: “ Era un hombre alto, de más de un metro ochenta (...), encantador, guapo y sonriente (...). Era un hablador redomado, y, para ser sureño, de mente abierta. Tenía unos modales elegantes y complacientes que deberían haberle llevado lejos en la Fuerza Aérea, algo que no sucedió (...)Contaba chistes viejos con un estilo teatral del Sur; sabía hacer trucos con las cartas y juegos de manos, y separarse el pulgar y volver a pegarlo, y hacer desaparecer un pañuelo y hacerlo aparecer de nuevo (...) tenía un aspecto muy atildado con su “honrado” pelo corto de soldado y su guerrera azul de capitán, y por lo general transmitía una calidez que era genuina y que hacía que mi hermana gemela y yo lo quisiéramos tanto.” La madre, Neeva Kamper, “era una mujer menuda, intensa, con gafas, de pelo castaño y rebelde (...) Tenía un talante escéptico, y solía escuchar con gran atención cuando le hablábamos; también tenía ingenio, que a veces podía ser mordaz (...) Antes de casarse con mi padre y de tenernos rápidamente a mi hermana y a mí (...) posiblemente (había) acariciado la idea de convertirse en poetisa y en bohemia”. Los hijos no entienden qué le atrajo a su padre de ella: “Una mujer muy menuda (de poco más de un metro cincuenta), introvertida y tímida, apartada de la gente, artística, guapa tan solo cuando sonreía e ingeniosa solo cuando se sentía completamente a gusto”. En la cárcel escribe “Crónica de un acto criminal cometido por una persona débil”, que trata de justificar los hechos.
El padre, héroe de guerra, se licencia de la Fuerza Aérea porque se descubre que está metido en un asunto turbio (proporciona carne robada al club de oficiales). Encuentra empleo como vendedor de coches, pero le duran poco sus ocupaciones por lo que decide volver al negocio de la carne robada haciendo de intermediario entre los ladrones -unos indios- y un hombre negro empleado en el ferrocarril. En ese momento comienza el gran problema que derivará en la necesidad de robar el banco. El empleado le acusa en una ocasión de facilitarle carne pasada y decide no pagarle. Los indios, que no reciben el fruto de su robo, amenazan a Bev y a toda su familia. Ante la necesidad de conseguir dinero rápidamente, no se le ocurre otra solución que el atraco.
Neeva es consciente del riesgo, pero quizá teme quedarse sola en su hogar al cuidado de sus hijos, por eso, finalmente, participa en el robo.
Los hijos terminan por descubrir que sus padres se han convertido en delincuentes, sobre todo cuando la policía se los lleva, dejándolos solos a ellos, unos niños, en su casa.  Llega el novio de Berner, creando una escena inquietante porque no parece un ser racional y está en presencia de dos niños inocentes. Finalmente, los deja solos. Deciden ir a la cárcel. Allí verán por última vez a sus padres. De repente, cambia la vida para los dos adolescentes. Dell, que ansiaba estudiar en el instituto, tendrá que irse a Canadá con el hermano de una amiga de su madre. Berner se va de casa sin decir adónde. Y entonces comienza la segunda parte de la novela, la que narra la estancia de Dell con el señor Arthur Remlinger, un desconocido que posee un hotel. Conducido por Mildred, la amiga de su madre, llega a Canadá: “Dijo que Canadá no era un país viejo como el nuestro y que en él aún flotaba una atmósfera pionera (...) Dijo que tenía también sus propios indios, y que los trataba mejor que nosotros a los nuestros”. Se instala cerca de la ciudad de Fort Royal, en una caseta destartalada de Partreau, vigilado de cerca por un indio asesino y posiblemente pedófilo, Charley Quarters, con el que trabaja preparando la caza del ganso para los turistas norteamericanos. Dell se siente terriblemente solo: “En esas noches, si hubiera podido llorar lo habría hecho. Pero no había nadie a quien llorar, y, en cualquier caso, odiaba llorar y no quería ser un cobarde.” Con su mirada atenta, descubre quién es en realidad Arthur Remlinger y de qué es capaz. Comienza en ese momento una novela de género negro que terminará con la muerte de dos policías, dos buenos tipos: “Todo sucedió muy rápidamente, como si no hubiera sucedido”. De nuevo el mal se cuela en los acontecimientos normales. Pero Dell podrá encontrar la llave de su futuro gracias a Florence, la amante de Arthur, que se apiada de él y lo envía al cuidado de su hijo. En las páginas finales, Dell narra su último encuentro con Berner. Esta “sentía amargura por la “vida sucedánea” que había llevado en lugar de la vida mejor que habría tenido si las cosas hubieran ido como es debido, si nuestros padres no hubieran hecho lo que hicieron, etcétera”. Sin embargo, Dell no siente amargura, ha conseguido lo que quería, ser profesor, se ha casado, ha tenido una vida buena: “Lo que sé es que tendrás una oportunidad mejor en la vida -de sobrevivirla- si toleras bien la pérdida, si te las arreglas para no ser un cínico en todo aquello que ella implica (...) aun cuando haya que admitir que lo bueno no es a menudo fácil de encontrar. Lo intentamos, como mi hermana dijo. Lo intentamos. Todos nosotros. Lo intentamos”. Canadá lo acogió y nunca dejará su hogar.

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