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He aprovechado las vacaciones para releer Nada, de Carmen Laforet. No voy a hacer una reseña académica de esta novela puesto que hay muchos estudios y muy buenos, pero sí me gustaría recomendársela a algún español despistado que aún no la haya leído, aunque es difícil porque figura en los currículos del bachillerato desde hace mucho tiempo, o a cualquier hablante de español sea de la procedencia que sea. 
En primer lugar, llama la atención que fuera escrita a los 23 años por su autora. Es tal la calidad de su prosa que sorprende en una primera obra. Dicen que el éxito la agobió tanto que coartó sus dotes literarias y, así, aunque escribió otras novelas, ninguna alcanzó la calidad de Nada. Es además obra de una autora, de una mujer escritora, lo cual no es muy habitual en la literatura en general. Podríamos plantearnos la eterna pregunta de si existe una literatura femenina. Yo creo que esta es una de esas novelas que demuestran que la literatura no tiene sexo, pero os invito a polemizar. 
En cuanto al contenido, supone un hito en la narrativa española porque rompe con el optimismo que mostraban las novelas propagandísticas españolas posteriores a la Guerra Civil, presentando una realidad mucho más acorde con la situación social que se vivía en la posguerra. Es esta una novela existencial que refleja la atmósfera agobiante, cerrada de la dictadura a través de la vida miserable de la familia materna de Andrea, la protagonista. Los personajes aparecen degradados, aunque sabemos que no siempre fueron tan mezquinos. Han sido el sufrimiento y el hambre las causas de su progresiva inclinación a la vileza. Román es el ser más ruin de toda esa fauna dispuesta a destruir a los demás mientras se destruye a sí misma. La abuelita es el único ser que mantiene la bondad, los buenos sentimientos de antes de la guerra, aunque para ello tenga que vivir engañada. Juan, el hermano débil y enfermo que maltrata a su mujer, apenas suscita compasión. Andrea, que llega llena de ilusión a la gran ciudad, la Barcelona de los años 40, vive allí un único curso escolar, en un ambiente asfixiante, solo roto por la amistad con los jóvenes artistas de la facultad y definitivamente tendrá que trasladarse a Madrid para intentar recuperar al menos una parte de la ilusión perdida, puesto que las huellas de lo vivido serán indelebles. Al final, nada queda de esa ilusión: nada.
En esta lectura, he podido disfrutar más del lenguaje. Otras veces me dejaba llevar tanto por las situaciones violentas y por la atmósfera irrespirable de la trama que no reparaba del modo debido en ese lenguaje poético, sutil, metafórico, a veces degradante que posee la novela. Y no cuento más. Queda casi todo por descubrir.

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