Esta breve novela de Yoko Ogawa, la autora de La fórmula preferida del profesor, aúna los contrarios como es habitual en la literatura japonesa. En ella podemos deleitarnos con un lenguaje poético y sutil ("Los rayos del sol estallaban aquí y allá como polvillo de oro que cae flotando. En la pared de la iglesia se mecían las sombras de las hojas del ginkgo. El viento que se deslizaba entre las cortinas anunciaba el comienzo del verano") y, al mismo tiempo, sentir la inquietud que provoca una verdadera exhibición de crueldad, la que se ejerce contra los inocentes. Muchas novelas japonesas presentan personajes aparentemente normales, pero atormentados por el odio, una infancia torturada o la monotonía. No ocasionan grandes matanzas, a diferencia de los personajes de algunos autores norteamericanos, pero su inhumanidad es casi más inquietante por cuanto surge de unos seres corrientes, que muchas veces son niños.
En La piscina, la narradora es la hija de los directores del hogar Hikari, un orfanato por el que van pasando niños incesantemente, mientras ella, Aya, permanece siempre allí, tan abandonada como los huérfanos. "Cuando escucho palabras como familia y hogar no puedo dejar de prestarles atención. Pero su interior está hueco y las palabras ruedan hasta mis pies como si fueran una lata vacía". Sus padres, volcados en el hogar Hikari y en la religión, no han hecho caso a Aya, por lo que se refugia en la fascinación que sobre ella ejerce Jun, un adolescente del hogar que se dedica a dar perfectos saltos de trampolín. Al mismo tiempo, se encarga del cuidado de Rie, una niña de año y medio, que atrae sus instintos más primarios. No cuento más. Pero lo mejor no es la trama sino cómo está narrada la historia. Como en La fórmula preferida del profesor, el estilo de Ogawa sorprende por su sutileza.
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