Con veinticuatro años escribió Iréne Némirovsky este breve relato, que posee la misma fuerza de todos sus escritos y una agilidad rítmica idéntica. Ismael, el niño de los bajos fondos que, llevado por su sensibilidad y sus dotes naturales, se descubre poeta, es utilizado por una mujer rica y caprichosa, la "princesa", que provoca un cambio brutal en su vida. No puedo contar más. Sí puedo señalar que es una reflexión con conclusiones terribles sobre la corrupción por dinero, sobre el egoísmo del ser humano, sobre el abandono a que podemos llegar cuando no se nos valora por ser nosotros mismos. Reconoceremos en este niño a muchos personajes famosos que dejaron de serlo. Némirovsky aborda siempre los mismos temas y es tal su obsesión por la soledad y la muerte, pese a que los personajes son tan apasionados, están tan llenos de vida, que parece presentir su propio destino. Su lectura es imprescindible.
Vamos a ser felices un rato, vida mía, aunque no haya motivos para serlo, y el mundo sea un globo de gas letal, y nuestra historia una cutre película de brujas y vampiros. Felices porque sí, para que luego graben en nuestra sepultura la siguiente leyenda: "Aquí yacen los huesos de una mujer y un hombre que, no se sabe cómo, lograron ser felices diez minutos seguidos." (Por fuertes y fronteras).
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