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El 22 de febrero de 1939 murió Antonio Machado


ANTONIO MACHADO (1875-1939)
Anécdotas de un magnífico poeta, de un hombre bueno.
“Por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre”.
Antonio Machado poseyó una brillante inteligencia, que se refleja en su poesía, y se imbuyó apasionadamente en la Filosofía (en su biblioteca había muchos más libros de contenido filosófico que poético), en la lengua latina, en el Inglés…, sin embargo su trayectoria académica es sorprendente.
Realiza sus estudios primarios en la Institución Libre de Enseñanza, un modelo docente de librepensamiento donde se aprendía a pensar y a dialogar, preocupaban poco los exámenes y las programaciones oficiales. Luego, en un instituto de educación convencional, no le va muy bien, por lo que deja inconcluso el bachillerato –a falta de aprobar 1º y 2º curso de Francés- cuando se va a vivir durante un tiempo a París, junto a su hermano Manuel. A la vuelta, ya muy familiarizado con la lengua francesa, obtiene sobresaliente en ambas asignaturas. Concluye el bachillerato con 24 años.
Ya metido de lleno en su actividad poética, decide presentarse a las oposiciones a catedrático de Francés, para lo cual no se requería por entonces un título universitario. Obtiene la cátedra de Soria en 1907, con 32 años.
Ocho años después, cuando considera que sin un título universitario no podrá lograr la cátedra de un instituto de Madrid (hay mucha competencia), decide matricularse por libre en la Facultad de Filosofía y Letras. Acaba la carrera brillantemente a los 43 años. Poco después concluye también el Doctorado. Digamos que… nunca es tarde si la dicha es buena.
En su “Retrato” alude Machado a su “torpe aliño indumentario”, en el por lo visto reparaba todo el que lo conocía. Solía mancharse el traje con la ceniza de sus cigarrillos, hasta el punto de que en el Instituto Cervantes sus alumnos lo apodaron “La Cenicienta”. 
Juan Ramón Jiménez describe la despreocupación de Machado por todo lo que le rodeaba de esta manera: “En aquella época iba vestido con un gabán descolorido viejísimo, que solo conservaba uno o dos botones de una fila, los cuales siempre llevaba abrochados equivocadamente, y debajo los pantalones los sujetaba con una cuerda lo mismo que los puños, atados con trozos de guata en vez de gemelos”.
Cuando murió Leonor, Machado le confiesa a Juan Ramón que pensó en pegarse un tiro, pero que el éxito de Campos de Castilla le salvó “y no por vanidad ¡bien lo sabe Dios! sino porque pensé que si había en mí una fuerza útil no tenía derecho a aniquilarla.”
Machado vivió en una pensión muy humilde cuando fue profesor de instituto en Segovia. La casa, que se conserva, era tan fría que el poeta comentaba irónico: “Tengo que abrir el balcón para que se caldee la habitación”. Para entrar en su cuarto tenía que atravesar la habitación de otro huésped, don Avelino.
Antonio Machado rechazaba la complejidad y la ornamentación barroca. Su alter ego Juan de Mairena ridiculiza a los que escriben “los eventos consuetudinarios que acaecen en la rúa” cuando simplemente quieren decir “lo que pasa en la calle”. Él busca la sencillez para expresar una intuición.
Cuando Machado es elegido miembro de la RAE (no llegó a leer su discurso de ingreso), Unamuno le escribió felicitándole por su elección. Machado, cuya humildad le acompañará toda su vida, le contesta: “Es un honor al cual no aspiré nunca; casi me atreveré a decir que aspiré a no tenerlo nunca. Pero Dios da pañuelo a quien no tiene narices”.
Tras 20 años de ausencia, Machado vuelve a Soria con su hermano José, y, al pasar por el Duero, le dice emocionado: “Mira, Pepe, éste es mi Duero, mi Duero”.
Poco antes de terminar la guerra civil, Machado ha de exiliarse a Francia. Entre las pocas pertenencias que se lleva hay una caja de madera. En Collioure, donde se instala y donde va a morir unos días después, le dice a la mujer que lo ha acogido que lo que hay en la caja “es tierra de España.” Y le pide un favor: “Si muero en este pueblo, quiero que me entierren con ella”.
La madre de Machado, Ana Ruiz, octogenaria, estaba muy enferma, lo mismo que su hijo Antonio, cuando llegaron a Collioure. Los instalaron en la misma habitación, en camas separadas por un biombo. Machado estaba agonizando mientras su madre permanecía en coma. Apenas murió el hijo, sacaron su cuerpo del cuarto y, asombrosamente, doña Ana tuvo unos instantes de lucidez. Al ver la cama de Antonio vacía, preguntó qué había sucedido. Su hijo José relata lo que ocurrió después: “Traté en vano de ocultárselo. Pero a una madre no se la engaña y rompió a llorar ¡como una pobre niña!” Luego cerró los ojos. Tres días después murió. (iam Gibson, Ligero de equipaje).

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