Si algo tiene esta novela de Roberto Bolaño es originalidad. Esperaríamos por el título una obra sobre la ocupación de Europa por los nazis y así es, solo que el teatro de operaciones es un tablero, un juego de guerra. Sin embargo, Bolaño consigue que la partida librada de una manera virtual vaya creando un ambiente que va desde la desolación al terror, una atmósfera inquietante. El lector intuye que la conclusión de la partida tendrá consecuencias inesperadas, y así es. Paulatinamente, el pueblo costero catalán en el que se desarrolla la trama va transformándose, va pasando del desenfado y el bullicio veraniego a la soledad, al frío otoñal que deja todo desangelado. También los personajes van metamorfoseándose, mostrando aspectos oscuros de su personalidad que se intuyen más que se muestran. Hasta los empleados del hotel parecen cómplices de una oscura trama tejida contra Udo, el joven alemán que vuelve al pueblo de veraneo de su infancia para pasar unos días con su novia. El problema surge porque Udo se lleva trabajo a sus vacaciones, un juego de guerra que debe analizar para presentarse a un congreso, un juego que adquiere vida propia y le absorbe hasta tal punto que la vida no tiene sentido sin él.
Y en medio de esas coordenadas impuestas por el juego, se mueven personajes con nombres muy simbólicos como el Lobo y el Cordero y, sobre todo, el Quemado, un ser silencioso, complejo, inteligente, inquietante, que ha de vengar los crímenes nazis.
No puedo contar más. Bolaño no es un autor fácil, pero tiene el dominio lingüístico de los grandes autores y, aunque esta novela presenta una estructura lineal, muy diferente a las complejidades a que nos tiene acostumbrados, merece la pena acercarse a la original cosmovisión de este relato póstumo.
Comentarios