No me parece un título muy sugerente para una novela tan sutil, aunque refleja muy bien su contenido. Es esta una pequeña historia protagonizada por dos hombres y una mujer, pero también por los vecinos de un pueblo muy cerrado sobre sí mismo. Todos tienen en común su soledad, fruto de historias anteriores, de hechos ocurridos tiempo atrás.
La vida cotidiana aparece reflejada como nunca. Es Trevor un autor detallista, obsesionado con captar el pequeño detalle, incluso el más baladí, la vida de estos seres que cobran sentido porque están inmersos en su hábitat, en su espacio. Pocas veces se ve a los personajes tan unidos a su ambiente, pocas veces la atmósfera de un ámbito es un personaje más de la novela.
De los personajes no tenemos muchos datos, no obstante, adivinamos mil matices a partir de algunos hechos esenciales. El que mejor representa a esos seres atormentados es Dillahan, absorto en sus innumerables labores cotidianas, como el caballo sujeto a la noria, para no pensar. Ellie es un personaje inolvidable por su inocencia y candor. Carece de la complejidad de los demás porque ella es un ser puro.
El lenguaje que emplea William Trevor es sencillo, exacto, preciso, muchas veces poético ("En las calles de ciudades oscuras, en calles que a menudo solo frecuenta él, imprevistos momentos de luz rasgan la oscuridad y una realidad de segunda mano se extiende en el vacío"), nunca afectado.
La estructura es exacta. El autor va dosificando los datos que debemos conocer para que no decrezca nuestro interés. Las escenas cotidianas que protagonizan diferentes personajes se van alternando, sin perder en ningún momento las conexiones necesarias para seguir el hilo del relato.
Me ha parecido una obra maestra. Demuestra que para hacer una gran obra no se necesita partir de una historia compleja, que también cabe hilar fino con aquellas pequeñas cosas.
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