En los últimos años, he leído mucho sobre el Holocausto. Una novela me remitía a otra o, simplemente, se cruzaba en mi camino. Sefarad, de Muñoz Molina, es una gran novela que aporta una visión muy rica en matices y relaciona la marginación de los judíos con otras formas de exclusión como las enfermedades contagiosas - se trata siempre de eliminar al que es diferente, al que se ve como un peligro- y su posterior exterminio, con otras persecuciones carentes de justificación, como la que supuso el régimen de Stalin. En Sefarad oí hablar por primera vez de Primo Levi y de su gran obra Si esto es un hombre. Esta trilogía es indispensable para comprender que no disponemos de una inteligencia capaz de explicar un asesinato tan masivo y brutal. Los nazis no querían librarse de un posible peligro, querían aniquilar a seres que, en su opinión, no compartían su condición humana. Otro de los caminos que partían de Sefarad llevaba a Archipiélago Gulag, de Alexander Solzhenitsyn. Se trata de un testimonio terrible y denso de la arbitrariedad en la praxis política, con estadísticas y documentos reales que hablan de millones de víctimas. No es el mismo holocausto -Primo Levi dice en su trilogía que el régimen de Stalin no dejó nunca de ver a sus víctimas como seres humanos, pese a su brutalidad-, pero se parece mucho.
Es difícil seguir interesándose por este tema cuando se han leído testimonios tan directos y de tanta profundidad ideológica, pero apareció Suite francesa, de Irene Nemirovsky y me aportó una nueva perspectiva de la situación histórica. En esta novela, Nemirovsky muestra a las víctimas para que descubramos que, cuando los seres humanos se ven cercados por un peligro, reaccionan de muy diferentes formas: con bondad, con egoísmo, como aves de rapiña... También recuerdo El pianista del gueto de Varsovia, de Wladyllaw Szpilman, esas memorias que Roman Polanski convirtió en una obra de arte. El autor no evita ningún episodio por muy truculento que parezca, pero su tono es muy contenido, lo que contrasta con las anécdotas terribles que cuenta. Además, reflexionamos sobre la hermandad humana más allá de las ideologías.
No me olvido de otros testimonios directos como el Diario de Ana Frank, cuyo espíritu sigue habitando su casa de Amsterdam o La escritura o la vida, de Jorge Semprún, que nos hace aspirar el humo nauseabundo de los crematorios, el mismo que se le quedó a él alojado en su membrana pituitaria. Por no hablar de muchas novelas que van dirigidas a un lector joven, como ¿Quién cuenta las estrellas?, Cuando Hitler robó el conejo rosa, El niño con el pijama de rayas o La ladrona de libros.
Seguro que me dejo muchas otras novelas y memorias de interés, pero lo dicho puede servir de orientación al lector que decida acercarse con un poco de rigor a este episodio tan sórdido y vergonzoso de la historia humana.
La última de las novelas sobre el holocausto que -por ahora- ha llegado a mis manos es La llave de Sarah. Coincide mi lectura con el estreno de la película que ha adaptado esta historia. No he visto aún la película, pero supongo que incidirá en lo más melodramático de la novela, que es mucho. Aunque me gustaría destacar también los aspectos positivos.
La novela adopta la estructura de vasos comunicantes tan en boga desde hace ya bastantes años, es decir, dos historias, esta vez muy distantes cronológicamente, corren paralelas, para terminar confluyendo en una sola. Los capítulos impares recogen el testimonio de una niña - que nunca podrá reponerse del dolor acumulado en unos pocos días de persecución y muerte- y los pares la investigación que va realizando una periodista, cuya vida personal se mezcla con la profesional.
Lo más interesante de la novela es que reflexiona sobre un aspecto concreto de la persecución de los judíos -ya visto en alguna película como Monsieur Klein de Joseph Losey: la responsabilidad de una parte del pueblo francés, que volvió la cara hacia otro lado cuando sufrió la ocupación nazi. Concretamente, aquí se profundiza en un episodio poco conocido, habla de la Redada del Velódromo de Invierno, que provocó el hacinamiento en este lugar de miles de judíos, sobre todo mujeres y niños y su posterior envío a los campos de exterminio polacos y alemanes. El libro de Juana Salabert, Velódromo de Invierno, trata el mismo tema.
La novela parte de una anécdota verosímil -al menos, en parte- y muy melodramática para indagar en las consecuencias de los actos a lo largo de varias generaciones. Profundiza en la psicología de los personajes y utiliza un estilo claro y directo, acorde con el pragmatismo de los tiempos que corren. A mí me ha interesado, ha sabido mantener mi atención dosificando la revelación de los misterios, pero en algunos momentos me ha parecido más una novela rosa que una gran novela. Quizá porque debe hacer concesiones para ser un éxito editorial. Por tanto, se la recomiendo a un lector que sienta interés por el tema del holocausto y que no sea estilísticamente muy exigente. Pero, si no habéis leído cualquiera de los libros que mencionaba arriba, me parece preferible que empecéis por ellos, que la vida es breve.
Muchas gracias a Rufi por su recomendación.
Muchas gracias a Rufi por su recomendación.
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