La historia de La ladrona de libros no creo que pase a la Historia, no es comparable a El Quijote o a Crimen y castigo, pero permite pasar muy buenos ratos y representarse un momento histórico insistentemente tratado y sin embargo tan lleno de matices que nunca dejará de interesarnos, la Alemania de Hitler, el holocausto.
Liesel Meminger es una niña de nueve años cuando empieza el relato. Su hermano y ella son dados en adopción porque su padre es comunista perseguido y su madre, esposa de comunista. Pronto empieza a saber qué es el dolor y la soledad y a refugiarse en el robo de libros como un acto simbólico cuyo significado va descubriendo con el tiempo. Tiene la suerte de encontrar un padre sensible y bueno que vela sus pesadillas y la enseña a leer y una madre cariñosa a su peculiar manera. La vida transcurre con la guerra como telón de fondo que poco a poco va haciéndose presente en su pequeño pueblo alemán. Su amistad con Rudy, el robo de libros y los momentos compartidos con Max, el judío al que esconden, van formando la personalidad de la niña, que finalmente no podrá sustraerse al dolor que impera en Europa.
El punto de vista narrativo es original y, sobre todo, me parece muy adecuado. ¿Quién mejor que la muerte para hacer de narradora omnisciente en unos años que supusieron la desaparición de varios millones de personas, la mayoría de ellas judíos? El peligro era recurrir a los símbolos que desde hace muchos siglos se relacionan con la muerte. Zusak consigue crear un personaje sensible, impotente ante los actos humanos y empático.
La estructura de la novela es también un acierto. Posee una estructura circular y, aunque el tiempo presenta un tratamiento tradicional, lineal, la narradora realiza diversos saltos al futuro y al pasado-prolepsis y analepsis- que aportan variedad y dinamismo a la historia. Es especialmente arriesgado el salto al futuro, que podría desvelar al lector el desenlace y hacer que perdiera todo interés, pero lo resuelve bastante bien: anticipa sin mostrar, produciendo una pequeña confusión al lector que no le impide seguir leyendo.
El lenguaje parece -teniendo en cuenta que es una traducción- muy poético. Son destacables sus metáforas, la continua cosificación de la madre adoptiva, que aporta humor a tanto dramatismo y las alusiones a la bella amistad entre Rudy y Liesel.
Por otra parte, la novela, que puede parecer a primera vista un relato oportunista de holocausto contemplado desde los ojos de un niño -como El niño con el pijama de rayas- aporta una visión original de unos hechos muchas veces relatados porque por sus páginas desfilan los alemanes de clase media y baja que contemplaban las actuaciones de sus políticos -como las marchas de judíos hacia los campos de concentración- impasibles unos, impotentes otros. Vemos también la presión del aparato nazi sobre las gentes y destacan los comportamientos heroicos -de Hans, del padre de Rudy- duramente castigados.
Tiene además un plano simbólico destacable por cuanto los libros son objetos sagrados primero y luego tesoros adorados capaces de salvar vidas, de un modo figurado y real.
Por todas estas razones, creo que merece la pena leer este best seller, que no dará lustre a nuestro currículo de buenos lectores, pero nos hará pasar magníficos momentos.
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