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Luis Mateo Díez, La ruina del cielo.

Estas tardes otoñales me traen el recuerdo de los libros que se sitúan en territorios míticos, esos que tienen en común la terrible soledad que reflejan.
La ruina del cielo es un libro difícil, sin concesiones, que recomiendo a los entusiastas de Pedro Páramo o a los lectores empedernidos de Onetti. Se subtitula "Un obituario" porque es una relación, una memoria necrológica que elabora el médico de Celama de las muertes producidas en el territorio, "convencido de que enumerar a los muertos iba a permitirme mayor libertad que contabilizar a los vivos. Siempre es más fácil compaginar la imaginación con el recuerdo y, además, nadie vuelve del pasado a pedir cuentas por la exactitud de lo narrado". Son las muertes, pero también las vidas de cientos de vecinos. 
Este desfile de muertos circula al margen del tiempo, no hay ninguna precisión cronológica ("El tiempo que tanto tiene que ver con la vida y tan poco con la muerte, ya que la muerte discurre a sus espaldas") y tiene una gran semejanza con la visión espectral de Pedro Páramo, aunque aquí más que su muerte importa lo que han hecho en vida. Muchos son tipos humanos, como el envidioso, capaz de cortarle la cola a su perro porque es bella. Otros, sin ser tipos, representan trozos de vida que fácilmente podemos encontrar por ahí, como los padres que sufren por el hijo egoísta que acaba dejándolos en la calle; el extranjero hallado cuyo cuerpo no es más que un despojo; el emigrante que se queda a pocos kilómetros de su casa por miedo a cruzar el mar; el que se resiste a morir y burla repetidamente a la muerte hasta que esta le atrapa en el entierro de su madre...Muchas veces estas historias tienen el aire de una fábula o de una leyenda y mezclan lo sobrenatural con lo cotidiano sin estridencias, por ejemplo cuando las almas en pena regresan a su pueblo.

El sueño, el presentimiento contribuyen a dar esa sensación de irrealidad, como en la historia del campesino que vio su muerte y se quedó sin salir durante un tiempo. Cuando decidió vencer el miedo, cayó fulminado por un rayo. También contribuye a ello el comportamiento de los personajes, como Aníbal Serto, un enterrador que "empezó pasando en ella [su tumba] los fines de semana y acabó quedándose, en las estaciones que lo permitían, un día sí y otro no".
Son frecuentes los viajeros de Celama, como Liviano Ariga, que toda su vida la pasó viajando para abarcar la totalidad del mundo y en su vejez descubrió que el mundo entero estaba en Celama.
Hay también un análisis histórico-social de la decadencia de Celama. Como en cualquier pueblo,  la ruina ha sobrevenido porque la tierra estaba "secuestrada, alquilada, revendida, por la mano ajena que la hizo suya al mejor precio.". Celama es "el espejo no del esplendor del cielo sino de su ruina". Se muestra como un ejemplo representativo del mundo, ni más ni menos es la desdicha ahí fuera. "Dios no es capaz de gobernar donde la pasión humana impera", por eso esta novela muestra pasiones humanas inútiles puesto que el destino de todas es la muerte.
En mi opinión, es un gran libro, de los que dejan huella, pero en estos días otoñales solo apto para optimistas.

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