"(...) Sin la naturalidad no hay estilo, no sólo excelente, pero ni aun medianamente bueno. ¿Qué digo ni aun medianamente bueno? Ni aun tolerable.
Es la naturalidad una perfección, una gracia, sin la cual todo es imperfecto y desgraciado, por ser la afectación un defecto que todo lo hace despreciable y fastidioso. Todo, digo, porque entienda vuestra merced que no hablo sólo del estilo. A todas las acciones humanas da un baño de ridiculez la afectación. A todas constituye tediosas y molestas. El que anda con un aire o movimiento afectado; el que habla; el que mira; el que ríe; el que razona; el que disputa; el que coloca el cuerpo o compone el rostro con algo de afectación, todos estos son mirados como ridículos y enfadan al resto de los hombres. El que es desairado en el andar, o torpe en el hablar, algo desplacerá a los que le miran u oyen; mas al fin sólo eso se dirá de él que es desairado en lo primero y torpe en lo segundo. Pero si con la imitación de algún sujeto que es de movimiento airoso y locución despejada, afecta uno y otro, sobre no borrar la nota de aquellas imperfecciones, se hará un objeto de mofa y aún le tendrán por un pobre mentecato" (Feijoo, Cartas eruditas).
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