La casa del silencio me ha parecido una gran novela. En primer lugar, por la originalidad de su estructura: cinco personajes se alternan en el relato de los hechos: Recep, el más tierno, sufriente y entregado al cuidado de un ser que nunca le ha querido; Fatma, la anciana, víctima también, y verdugo, atormentada por los recuerdos y por la ausencia de su esposo, Selâhattin, y de su hijo; Hassam, otro ser maltratado, y maltratador, ¿digno de compasión?; Faruk, solitario, abandonado, obsesionado por la Historia, y Metin, desarraigado, ambicioso y egoísta. Son cinco voces muy diferentes, cinco puntos de vista complementarios. Hay más personajes en la novela y alguno de ellos muy importante, como Nilgün, la joven concienciada cuyo silencio es muy significativo. Otros hablan a través del recuerdo que han dejado, como Selâhattin, trascendental en el relato. Selâhattin no es un personaje tan reductible a un concepto como los anteriores. Por un lado, es un idealista obsesionado por educar al pueblo, por erradicar las supersticiones; por otro, es un ser egoísta, capaz de sacrificar a sus hijos ilegítimos y a su mujer por perseguir su sueño. Todos ellos permiten trazar un cuadro realista de Turquía, un país convulso, oscilante entre Oriente y Occidente, muy distinto al nuestro aparentemente, pero con grandes concomitancias, sobre todo si comparamos con la España de los años 70.
Vamos a ser felices un rato, vida mía, aunque no haya motivos para serlo, y el mundo sea un globo de gas letal, y nuestra historia una cutre película de brujas y vampiros. Felices porque sí, para que luego graben en nuestra sepultura la siguiente leyenda: "Aquí yacen los huesos de una mujer y un hombre que, no se sabe cómo, lograron ser felices diez minutos seguidos." (Por fuertes y fronteras).
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