Las historias que discurren por El hombre que inventó Manhattan tienen en común, aparte del espacio compartido, una misma atmósfera onírica, irreal, alejada de la verdadera vida pero al mismo tiempo tan desencantada como esta. Los personajes aparecen y desaparecen, se cruzan, avanzan en paralelo, surcan las páginas como pollos descabezados, sin saber muy bien adónde van. Si pudiéramos tomar una instantánea de todos juntos, aparecería una especie de Rue del Percebe lleno de celdillas habitadas por seres infelices, abandonados, incomunicados. No es muy distinta la imagen de otras novelas neoyorkinas como Manhattan Transfer o de los poemas de Lorca. Aquí los dramas tienen el tamaño de una gran ciudad: se asesina por un abrigo, se destruyen torres emblemáticas mientras la vida sigue alrededor, o no puede seguir...
El lenguaje es ágil, preciso, como una bala. No indaga el narrador en las causas, se queda en los hechos, porque los hechos son suficientemente contundentes.
Me ha gustado Ray Loriga en pequeñas dosis, no sé si diría lo mismo ante una novela más ambiciosa. ¿Qué opináis de este autor?
Comentarios