Para celebrar el Día de las Bibliotecas, vamos a recordar un gran libro de Ernest Hemingway, una crónica de los años veinte y de su generación, pero también una reflexión sobre el oficio de escritor.
Van surgiendo las impresiones de Hemingway sobre su estancia en París durante su juventud, cuando era feliz con su esposa Hadley, a pesar de los apuros económicos, sobre todo cuando decide dejar sus colaboraciones periodísticas para dedicarse a escribir cuentos. Todavía no ha escrito una novela porque siente que debe hacer un aprendizaje previo.
Sus reflexiones y anécdotas se van sucediendo con cierto desorden, con espontaneidad y con aparente sinceridad.
La imagen que nos transmite de Gertrude Stein -que puso de moda la denominación de "Generación perdida", la generación que sirvió en la guerra y que se autodestruye con los excesos y el alcohol- es ambivalente. Por un lado, le parece una buena mujer, por otro dice que nunca habla bien de los escritores que pueden hacerle sombra y que es voluble respecto a sus amigos, además de indolente para corregir sus escritos.
Joyce aparece como un maestro distante del joven escritor, pero accesible.
Habla de escritores menos conocidos, pero sobre todo de su amigo Scott Fitzgerald. Admira su talento, le cautivó con El gran Gatsby, pero también siente pena porque debe escribir a contracorriente ya que su esposa Zelda procura que se emborrache para apartarlo de la escritura y acercarlo a sí misma. (Imprescindible para entender esta relación es la lectura de Suave es la noche).
La obsesión de Hemingway es dedicarse a su obra y él sabe cuándo ha escrito un gran cuento, pero está mal pagado.
Aparecen también sus escritores preferidos: D.H. Lawrence, Simenon, Marie Belloc Lowndes, Turguéniev, Chéjov, Tolstoi...
Si os apetece acercaros a este momento tan brillante de la literatura, este autor puede ser una buena vía de acceso.
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