Otra gran novela de Javier Marías que, como el resto, no es apta para lectores ansiosos y ávidos de acción. Marías se recrea en el análisis pormenorizado de los sentimientos y de los hechos, conjetura y relaciona, partiendo siempre, como en otras novelas, de la intertextualidad. Si en otros textos partía de alguna cita de Shakespeare, en este Balzac y Victor Hugo serán inspiradores en su análisis de la condición humana. Por todo ello, la lectura de sus novelas ayuda a reflexionar, a profundizar en las reflexiones, es decir, esta literatura es lo contrario de la de evasión.
Podría parecer una novela detectivesca, al fin y al cabo comienza con un asesinato, hay un narrador testigo que tiene una información muy incompleta y se van conociendo las circunstancias que rodean el crimen, pero falta lo esencial para que lo sea: no hay verdadera intención de desvelar las causas del asesinato ni de castigar al culpable. Sí es, al menos en parte, un ensayo sobre el enamoramiento y también una reflexión sobre la muerte, sobre la huella que dejamos al morir, deleble, porque "el mundo es tan de los vivos, y tan poco en verdad de los muertos -aunque permanezcan en la tierra todos y sin duda sean muchos más-, que aquellos tienden a pensar que la muerte de alguien querido es algo que les ha pasado a ellos".
En cuanto al lenguaje, es lo más destacable: rico, fluido, preciso, con una complejidad oracional que refleja un pensamiento complejo. Hay algún fallo, como la confusión de deber con deber de, pero poca cosa.
Como digo siempre que hablamos de novelas de autor, se la recomiendo a los seguidores fieles a Marías. Es un creador con un estilo muy marcado, por lo que, aunque vayan cambiando los temas, los personajes, los puntos de vista, las estructuras, sus novelas siempre tienen un carácter propio reconocible.
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