Creo que nunca antes he hecho una promesa tan firme en este blog: no volveré a leer nada de esta autora. Me gustó Estupor y temblores, un libro intrascendente, pero fresco y lleno de humor; me interesó Antichrista, un relato inverosímil pero que planteaba cuestiones que invitaban a la polémica; la Biografía del hambre me pareció bastante más mediocre, pero sonaba sincera y, sea impostura o verdadera sinceridad, siempre he apreciado esa cualidad de los escritores de aportar verosimilitud incluso a las mayores mentiras. Pero esto sí que no. Esta historia del soldado embaucador que con sus historias engaña a la propia escritora es superior a mis fuerzas. Amélie Nothomb es una egocéntrica autora muy aplaudida -demasiado para los escasos méritos que tiene- que perdona la vida a montones de admiradores a los que se digna contestar misivas, que es incapaz de profundizar en nada de lo que trata, que pretende convertir en literatura con mayúsculas una historia simplicísima. La guerra de Irak, el problema de la obesidad, la incomunicación que está detrás de estos temas, merecerían un poquito de reflexión. Amélie Nothomb se queda siempre en la superficie, esboza, pero nunca indaga y eso, en mi opinión, es lo contrario de lo que debe hacer un escritor. A través de este libro, entramos en su "forma de vida", que debe de ser bien triste, con tanta obligación epistolar y tanta petición desmesurada por parte de sus lectores. Más le valdría irse a una isla desierta a reflexionar sobre los seres humanos que tiene enfrente y no sabe reconocer a fuerza de mirarse a sí misma.
Pocas veces he sentido tanta indignación ante un libro, debe de ser que lamento el tiempo dedicado -de mi limitada existencia- a una novela mediocre cuando me quedan tantos libros sublimes por leer. Claro que -como dice Lázaro- no hay libro tan malo que no permita aprovechar algo de él, en este caso, darse cuenta de la diferencia abismal que hay entre una obra de arte y un timo.
Comentarios